Era un singular ser, no sé, sí acuático o terrestre. O tal vez ninguna clasificación le hacía justicia. ¿Hacer justicia? ¿Clasificar? ¿Tareas imposibles? Quizá vanas...
Un árbol. Un árbol se interponía entre las montañas lejanas del sur y mis ojos. Ojos que a su vez se perdían en ellas. Mi rostro aún conserva las sensaciones vividas.
Ayer la luna, la luna llena se asomó suavemente, detrás de las montañas del norte, describiendo un arco de plata a través del espacio y en un tiempo movimiento, cósmico, se elevó hasta el cenit para luego descender. Analogías... recordé.
Antes de ayer, por la tarde, mis pupilas vieron otro arco, paralelo al que orbitando, hoy, dibujó la luna. Aquel otro arco, también virtual era de colores. Jugaban en el atardecer, traviesos, cómplices, el iris de mis ojos y el iris que en superficies curvas cruzaban el aire. Ahora, ya sin arco iris, ya sin lluvia, ya sin luna llena, ya sin las miles de estrellas que constelaban la noche, estoy aquí, solo. Entonces sucedió. Apareció ese extraño ser. Ser al que no puedo, no quiero clasificar. El árbol estaba frente a mí, testigo de un mirar: el mío. Mirar que no sabe, no le importa, definir lo que ve. El árbol permanece, arraigado, vertical. Yo no. Yo cambié. Yo no soy aquel que vio llover la tarde sobre el lago. Tarde en que el arco iris me regaló su presencia. Cambié. Cambié de posición, cambié de ánimo desde que la luna circuló un sector del cielo. Si, cambié desde que las estrellas centelleando me fotografiaron. Cambié.
Múltiples veces mis ojos giraron, mis párpados aletearon, mis pasos dejaron huellas en la arena, trazando en el suelo sostén sendas fugaces. Cambié mientras mi mente visitaba recuerdos de infancia, mi imaginación convocó personajes diversos a escena y, proyectó futuros fantaseados, abiertos, deseados.
El árbol, con sus ramas dibujando letras ” ve”, abrazando el aire permanecía firme. La bruma penetraba por izquierda y poco a poco iba adueñándose del espacio. Gradualmente el paisaje perdía claridad ganando en misterio. Entonces, por fin, lo vi. Pero no con los ojos que disfrutaban del paisaje, del lago, de la montaña, del árbol. No. Lo vi, si se puede ver, con los ojos del alma. Llegó hasta mí. ¿Me buscaba tal vez? ¿Traía un mensaje acaso?. No lo sé. Sé que era un ser de luz. Su cuerpo estaba vestido, con miles de pequeñas escamas. Cada una de ellas emitía una energía especial. Energía que irradiaba este mágico ser desde su centro. Cada escama reflejaba como espejo la luz que el sol o el solluna le entregaba. Sí. Si sin duda era un ser luminoso. Sentí, entonces, una extraña sensación. Estar ante un ser indefinible, sin duda, inquieta. Traté de encontrar semejanzas. Solo podemos percibir la presencia de lo nuevo con representaciones, presentaciones anteriores, por lo tanto conocidas. Era una especie de dragón con un intenso fuego en su interior que exteriorizaba por sus escamas. Emergió del lago, caminó serpenteado por la orilla unos instantes, luego súbitamente desplegó sus alas de marfuego y se elevó, como Ícaro, volando hacia el sol. De repente se hizo noche. Fue cuando ese ser descendió deslizándose por el espacio sobre un rayo de luna llena, acariciando levemente el aire, para por último penetrar en las aguas del lago.
El árbol seguía inconmovible, erecto, en equilibrio vertical. Yo, en cambio, me sentía sorprendido por la vivencia de lo que acontecía y que a su vez me transformaba. ¿Existen? ¿Existirán seres de luz? ¿Seres de fuego y agua? ¿Seres que bucean en lo profundo del agua como peces, que caminan sobre la tierra serpenteando y que despliegan sus alas para volar hacia el sol y hacia la luna?
No lo puedo afirmar. No lo puedo negar. Solo yo cuento. Cuento mi experiencia. Cuento con un árbol. Árbol firme, inmóvil; árbol testigo. ¿Contaré también, mañana, con ese ser de luz?